martes, 2 de junio de 2009

Narraciones biográficas II: Cuando éramos felices



En sucesivas clases vamos a dedicarnos a trabajar con nuestra biografía escolar.
Debe quedar claro que el objetivo de esta indagación biográfica en este momento no es decir “la práctica va a ser de esta manera”, sino aportar elementos que nos ayuden a comprenderla y que nos dejen mejor posicionados para interpretar las prácticas presentes.

Algunos publicarán sus escritos; otros, comentarán teóricamente el tema.



Mientras tanto, les dejo un texto de Isidoro Blaisten, de Cuando éramos felices (1992), en el que, con el humor y con la ironía que suelen caracterizar a sus ficciones, expone algunas vivencias autobiográficas de su paso por la escuela primaria y algunos de los vínculos que, en ella, tuvo con la lectura y la escritura:

“Nuestra maestra de segundo grado, la señorita Chiampitti, nos inició en la lectura. Nos inició también en el odio a Ramoncito.
‘Niños’, nos decía, ‘el libro nos eleva’. Y nosotros nos veíamos arriba del libro, volando por los aires. Al principio, para elevarnos, leíamos los cuentos de Saturnino Calleja, donde había elfos y otras cosas. Nunca supe qué eran los elfos, pero en los dibujos eran petisos y con antenas. Comían tartas de grosellas, setas, melocotones y empanadillas, y si las tartas estaban en el alféizar y eran hurtadas, el hada se enfadaba. Alternábamos la complejidad de esta lectura con la de la revista El Tony, donde el imperturbable Mandrake, eternamente de frac, eternamente de capa y peinado a la gomina, hacía el gesto mágico que nosotros imitábamos en el patio del recreo. Mandrake iba siempre seguido por Lotario, un negro grande, pelado y silencioso, con fez y taparrabo de leopardo, que al parecer nunca tenía frío.
Pero un día, de un libro de ‘Trozos selectos’, la señorita Chiampitti nos dictó el poema. Decía así:


Es un niño Ramoncito
estudioso y muy formal
buen amigo y compañero
nunca se ha portado mal.
En la clase es el primero,
siempre sabe su lección…


Pienso que el odio me impide recordar el resto del poema.
Por aquel entonces, nosotros nos ocupábamos de tres cosas fundamentales: robar clavos de herraduras en la fábrica de la calle Yatay, doblar esos clavos para hacernos anillos, y sembrar las vías del tranvía con ‘chapitas’ de naranjín rellenas de azufre y potasio. Las ‘chapitas’ eran las mismas que hoy se conocen como ‘tapa corona’, y provenían de las botellas de naranja Bilz, malta Mamita y naranjín Los Dos Cuñados. A cada chapita se le despegaba la contratapa de corcho, se le ponía una mezcla de partes iguales de azufre molido y potasio, y se la volvía a cerrar. Luego las chapitas eran distribuidas generosamente a lo largo de las vías y cuando pasaba el tranvía 99 se lograba un maravilloso estruendo.
De manera que, de acuerdo con el poema, Ramoncito era un espejo perverso donde nos veíamos abominables y abyectos.
Sólo las composiciones nos redimían. Había dos clases de composiciones: composición ‘Tema libre’ y composición tema: ‘Mi maestra’, ‘Mi mejor amigo’, ‘El lugar preferido de la casa’, ‘Mi prócer preferido’, ‘Desde mi ventana’, ‘Las vacaciones’, ‘El mejor amigo del hombre’ y ‘Me gustaría ser…’
Las composiciones eran nuestro único medio de ejercer la venganza. Los Ramoncitos del aula, no sé por qué, no eran buenos en composiciones y creo que la señorita Chiampitti lo intuía; todas las composiciones de los Ramoncitos terminaban: ‘Y entonces me desperté…’Yo había hecho una composición tema ‘La primavera’, y había sido paseado por todos los grados del colegio. La señorita Chiampitti me llevaba a mí de la mano; en la otra sostenía el cuaderno y se lo mostraba a todas las maestras y las maestras me acariciaban la cabeza y me miraban con admiración al detenerse en la frase: ‘Los pájaros nos alegran con sus trinos’. Quizá yo tendría que haber intuido que mi destino iba a ser literario, pero no lo intuí.”

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